Citas con Don Rogelio
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Primera cita con Don Rogelio
Aconteció un día que pude conocer a Don Rogelio, un hombre cuyo oficio era ser brujo. Tal palabra puede confundir a muchos lectores, pero aquí en estas tierras es el que se dedica a los misterios del duende, el hombre entregado a lo que se ha denominado universalmente como «magia».
Ni que decir tiene que tras tantos años de profesión Don Rogelio tenía el aire del artesano, del hombre que se ha hecho según su oficio. Que esta actividad sea tan singular para muchos no implica que lógicamente imprima un carácter y personalidad al hombre que lo practica.
Don Rogelio apareció así en mi vida en la mitad de un puente, en una estación de tren que me dejó en un lugar conocido por su poder y misterio.
Al irme aproximando, subiendo la cuesta del puente que me llevaba al punto donde me esperaba, conocí su figura. Un hombre de sombrero calado y aspecto castizo, con el aire propio de la montaña en donde vivía.
– Don Rogelio – me presenté- soy el Doctor López.
El hombre sonrió ampliamente mirándome con una actitud traviesa, tal parecía que lo de «doctor» le hacía particular gracia.
– Bienvenido a mi territorio – respondió mostrándome la vista de la que disfrutábamos en aquel puente.
Un río y una montaña magnífica estaban ante mí, callé un momento reconociendo aquella belleza.
-Qué suerte tiene de poder vivir aquí- exclamé sin poder evitarlo.
A eso Don Rogelio asintió con la cabeza sonriendo ahora con más fuerza, como si asintiera con una profundidad insospechada.
– Así es – respondió.
Bajamos por el puente hacia donde tenía su vehículo, un todoterreno funcional y modesto. Comenzamos en silencio la marcha y comencé a barruntar la forma de abrir el diálogo. Quería preguntarle a aquel personaje que había conservado las viejas maneras de los magos, un oficio ya considerado como caduco para la humanidad. Quería conocer insisto por qué aquellos hombres habían sido considerados en otro tiempo como especiales.
Y no como simple superstición, extravío de mentes simples.
Con esta intención quise agradarle, y le señalé la montaña que veíamos en nuestro circular.
– Es una montaña conocida por sus hechos mágicos y misteriosos.
– Una maravilla natural.., sí que lo es – respondió amablemente.
– Por eso está usted aquí – hilé la conversación.
– Fue el destino, mi destino…¿cómo iba a imaginar yo semejante belleza? – respondió mirando la montaña con tremendo cariño.
Asentí para mí, un hombre del campo, un hombre que ama la naturaleza…, que aún mantiene una conexión con ella. Que sigue viviéndola como escenario de su vida. Sentí un pellizco de envidia, de mundos perdidos que ya no volverían.
¿Sería cierta mi suposición? ¿Mi sospecha de que debíamos de volver a un discurso de menor complejidad? Mirando a aquel hombre, sin el aire de sofisticación cultural al que estoy acostumbrado, comencé a dudar de ello. ¿No sería una forma de huida por no ser capaz de un discurso de mayor complejidad?
– ¿ Y qué…cual es su filosofía? – cortó Don Rogelio mis elucubraciones.
– ¿Cómo? – respondí sorprendido. Preguntar por eso me parecía el colmo de la simplicidad.
– Sí…su filosofía, su saber de las cosas – aclaró mirándome como una persona simple que no entiende el alcance de la complejidad del asunto.
Tenía que empatizar, reducir el lenguaje a un nivel más llano.
– Bueno…no tengo aún ninguna – respondí dándome cuenta de la posición de inferioridad en la que quedaba.
– ¿Ninguna?. ¿No ha tenido experiencias que le han dado para pensar en esta vida? – me interrogó tajante.
Volví a quedar confundido, aquella entrevista se me estaba yendo de las manos. Era yo el que tenía que preguntar, era yo el que tenía que acotar el territorio.
– Por supuesto – quise concluir- , pero aún no poseo una conclusión definitiva.
– Como la muerte…- continuó él sin embargo.
Me lo quedé mirando sonriente, no supe qué contestarle a eso. Preferí condescender, e ir aclarando los puntos de mi entrevista. Mantuve un silencio que él aceptó sin esfuerzo. Continuamos yendo por la carretera hasta que de pronto metió el todoterreno por una senda de tierra, por uno de esos caminos de monte que aún existen. El vehículo comenzó a moverse y rechinar de manera estrepitosa, aquello era algo incómodo.
– ¿Donde vamos? – acerté a preguntar.
– Por ahí – contestó encogiéndose de hombros.
Al cabo de un tiempo que se me hizo larguísimo frenó de súbito y salió del coche. Me quedé bloqueado un momento ante aquel imprevisto parón, y salí del vehículo imitándole automáticamente.
– Pues aquí estamos – dijo señalando el lugar donde habíamos interrumpido la marcha.
Monte, simplemente un monte….la montaña prodigiosa delante de nosotros. Tierra de romeral agreste, piedras, algún olivo.
– Sentémonos aquí y charlemos – propuso señalando un lugar en el suelo.
Inmediatamente pensé que me iba a ensuciar los pantalones y estropear los zapatos, pero al mirarme recordé que me había vestido especialmente para ir al «campo». Pantalones vaqueros y deportivas, me felicité por mi previsión de que podía ocurrir algo así.
Nos sentamos y Don Rogelio comenzó a liar un cigarro. Evité la respuesta automática de decirle que yo no fumaba, tendría que soportar aquel pernicioso hábito que algunas personas insistían en mantener. Traté de hacerme un hombre de mundo, un hombre duro y no le mostré mi aversión al encender el cigarro y comenzar a echar humo.
– Así que te interesan las cosas de los brujos – comenzó inmediatamente la charla.
– Bueno – le respondí sintiendo que era el momento de definir mi posición – me interesan de una manera académica. Considero importante el conocer alternativas al saber, y por eso estoy aquí.
Guardé silencio un momento mostrando una cavilación profunda, ahora era el momento de puntuar:
– Un interés científico, podríamos decir- concluí triunfante.
Don Rogelio asintió ampliamente y quedó callado en silencio fumando reflexivo.
– Ciencia…,ciencia…, sin arte es incapaz de volar – sentenció finalmente.
Se me quedó mirando como si le hubiera pellizcado, de algún modo ofendido. La sensación interaccional era tensa.
– Sin ser artista cómo va a comprender el oficio de este arte – dijo meneando la cabeza.
– Hombre…no le digo que sea un artista pero sí un científico – me defendí en mi posición.
Se encogió de hombros ante eso.
– Ya ve usted…eso se le supone – me respondió como si la ciencia fuera sólo una condición necesario pero no suficiente.
Miré hacia otro lado y no le quise responder más. Tenía que pensar en eso. Por supuesto que me exponía en esta investigación a la desconfianza a la ciencia, propia de personas poco cultivadas.
– Aún así la ciencia es necesaria – concilié para continuar la charla.
– Que sí hombre, que sí…- me respondió como si se cansara de escucharme.
– Perdone si le he ofendido – traté de esquivar su irritación.
– No, no…pero si quiere ciencia vaya a los libros…y si quiere experiencia vaya …- quedó callado de súbito.
Me quedé esperando a que concluyera la frase, pero Don Rogelio se quedó satisfecho de su respuesta. No parecía querer decir nada más sobre eso.
– ¿ A donde? – le pregunté finalmente para romper aquella situación.
– A donde esté la experiencia – me dijo volviéndose a encoger de hombros aún con más fuerza.
Menuda perogrullada, pensé, pero acepté aquello con educación. Me quedé mirando el cigarro que tenía, emitía un olor peculiar. Ante aquella mirada Don Rogelio me señaló el cigarro.
– Me los aliño yo – dijo orgulloso.
Por el olor parecía alguna sustancia oriental. Era conocida la afición de los brujos a remedios y sustancias, por lo que deduje que debía ser algún tipo de droga.
– ¿No le molestará que fume? – me preguntó socarrón ante un cigarro ya casi consumido -. A veces olvido las maneras de la gente de ciudad.
Sonreí ante eso. Bueno, realmente estaba en el campo con un personaje simple de la naturaleza. Me sentí satisfecho ante esa experiencia, ante haber tenido el valor y ganas de haber propuesto esa entrevista a semejante personaje. Era como una escapada que daría sabor de realidad a mi investigación, un estudioso que ha obtenido fuentes de información oral.
– No, en absoluto -le respondí.
Se me quedó mirando.
– Usted no fuma claro – me preguntó afirmando.
– No, no…claro que no – le respondí con cierta aprensión -. Pero ya le digo que no me molesta el humo…
Callé afirmando implícitamente que tratara de no molestarme con el humo. Don Rogelio hizo un aspaviento de fumar y expeler el humo ostensiblemente hacia mi lado contrario.
– Así seguro que no le molesta – rezongó.
Me sentí rechazado un momento. Igual se imaginaba que tenía que compartir su lamentable vicio con él.
– Insisto en que no me molesta que fume – traté de aclararle educadamente.
– Igual a mí me molesta que usted no fume – me respondió reservado.
Aquello debía ser un chiste, así que sonreí en una especie de carcajada forzada. El también. Sí, era un chiste.
– ¿Y qué quiere saber desde la ciencia sobre mi oficio? – se mostró servicial.
Inspiré satisfecho, por fin la conversación comenzaba a encarrilarse.
– Bueno, ante todo me gustaría saber si usted cree en lo que hace – pregunté interesado.
– ¿Como? – respondió atónito.
– Si usted cree realmente en eso de la brujería, o bien usted admite que algo de razón puede haber pero en el fondo piensa como todos nosotros – le aclaré.
– No le entiendo- continuó estupefacto.
Le miré con ojo experto, una mirada clínica me bastó para entender que aquella mentalidad no entendía la complejidad postmoderna. Tenía que simplificar el discurso me volví a recordar.
– ¿Que es eso de creer? – me preguntó intrigado.
– ¿Cómo? – le respondí intentando pillar a donde quería ir.
– Usted habla como si las cosas dependieran de uno , de su elección, como si fuera un supermercado en el que cada cual escoge su saber.
– Su creer – corregí.
Negó con la cabeza.
– Creí que quería hablar de ciencia…, de saber al fin y al cabo – su voz se hizo metálica.
Se meneó inquieto en el suelo. Sentí la dureza de aquel suelo y yo también me removí.
– Uno consigue el saber que puede…,y trata de creer que es posible ese saber.
Una metafísica ingenua, propia de tiempos pasados, ajena a la realidad actual. Ya sabía que iba a encontrarme con esta inocencia del conocimiento, me dí cuenta de que tenía que utilizar sus palabras si quería conseguir una conversación provechosa.
– Bien, permítame que corrija. ¿Qué es lo que usted sabe? – le pregunté educado.
– ¿Y usted? – parecía defenderse.
– Yo no soy aquí el interesado – le contesté amable. No conseguía la suficiente empatía. Traté de colocarme en la misma posición para así aumentar la posibilidad de contacto relacional.
– ¿Cómo que no? -contestó asombrado .
– ¿Perdón? – murmuré confundido.
– Usted es el que está interesado. Por eso ha querido esta conversación, por su interés.
– Sí…,claro – concedí.
– Pues empecemos hablando de su interés, a ver si yo también estoy interesado en lo mismo que usted – concluyó Don Rogelio.
Le había dado la vuelta a la relación, de nuevo volvía a tener un papel de control. Aquel hombre era un poco marrullero, conseguía pasarme a mí la responsabilidad de la explicación.
– Sí…,claro hombre, explíquese, explíquese – masculló mientras comenzaba a liarse otro cigarro.
Su actitud era la de darme todo el tiempo del mundo para que le explicara el motivo de mi investigación, y el interés en su persona.
– Bueno…verá…- comencé sin saber bien qué decir – mi interés principal es sobre el actual desencantamiento del mundo tras la abolición del encanto tradicional.
– ¿Perdón? – respondió extrañadísimo.
– Sí, usted representa para mí unas antiguas maneras, propias de ese tiempo pasado en el que el mundo tenía aún una primitiva concepción que…
– Primitiva- me cortó.
Miré un momento su cara, me sentí pillado en una ofensa. Había que saber mantener el respeto a la pluralidad cognitiva.
– Bueno, quiero decir que ya sabemos que el mundo de hoy no es el mundo de ayer. Creencias que existían que mueren lentamente ante…
– Y dale con las creencias – volvió a cortarme.
– Saberes…saberes – le concedí.
Me quedé callado un momento sopesando la posibilidad de terminar la conversación. Sólo iba a recopilar una serie de tópicos ya manidos. Me encogí conformándome a no esperar gran cosa de esto.
– En fin, quería saber cómo es un brujo…qué piensa, qué siente, qué hace – le dije mirando a aquel hombre de algo ya tan superado.
– El artista importa poco, lo importante es la existencia del Arte, de la realidad de la Magia – me contestó cortésmente.
– Ya – me dije con poco convencimiento.
– Cada cual baila como puede – continuó y se quedó de nuevo callado mirando el cigarro que acababa de liar.
Se me quedó mirando de nuevo de manera socarrona.
– ¿Seguro que no le importa que fume? – insistió de nuevo.
Meneé la cabeza para permitirle que fumara. Se quedó mirando el cigarro con tristeza.
– Mire, mejor nos vamos de este lugar – decidió con aire taciturno.
Volvimos al vehículo, y me acompañó a la estación de tren. No sabía que decirle. Me acompañó al puente y comencé a subir por él.
Al mirar atrás un hombre de sombrero calado encendía un cigarro a solas.
Así conocí a Don Rogelio.
Segunda cita con Don Rogelio
Volver a tener una cita con Don Rogelio surgió ante una situación angustiosa ante mí. Si tenía que aceptar la complejidad actual tenía que admitir el hecho de la ruptura del hombre con la Naturaleza, que pudo tener su influencia primitiva en su momento, pero que para el hombre moderno, el hombre del futuro, era evidente que debía aceptar esa quiebra…, la aceptación de que la complejidad humana exigía nuevas soluciones.
El proyecto de buscar otros planetas, de volver a comenzar de cero en un nuevo lugar, era un tema candente. La situación industrial había agotados los recursos y capacidades de la Tierra, debíamos aceptar el paso lógico siguiente: la integración hombre-máquina y la exploración de nuevos espacios.
Con ideas tan actuales me vi enfrentado a la sospecha de que algún modo aquel hombre que había conocido tan brevemente pudiera estar en su razón. De hecho en mi primer encuentro no conseguí que su razón se pusiera por debajo de la mía, algo evidente por mi formación científica, e incluso se hizo patente que aquel hombre me había considerado como con una razón inferior a la suya.
Debía ser honesto para presentar mi investigación. Debía admitir esa fuente oral como testimonio de esa patria perdida, de ese hombre anclado en el pasado y que muestra actitudes religiosas ante la vida en la Tierra.
Actitudes consideradas marginales. De hecho para autoridades religiosas ortodoxas, las grandes religiones, no existía obstáculo alguno respecto a la colonización de nuevos espacios, aunque sí tenían sus reparos respecto a la integración hombre-máquina.
En fin, que me armé de valor y volví a pedir una cita. Omitiré los correos sucesivos que tuve que realizar, me mostré aquiescente con él a fin de conseguir su asentimiento para conseguir la cita. Esta vez sabía que debía mostrarme consensual con él si deseaba una adecuada transcripción de información oral.
Omitiré también la escena, semejante a la primera. A mitad del puente me esperaba aquel hombre de sombrero calado y cigarro en la boca.
Tras los saludos de rigor volvimos a coger el coche, y volvimos a realizar la ruta de la cita anterior. Volvimos a parar en el mismo sitio y a sentarnos en el mismo lugar.
– Bueno…-dijo complacido Don Rogelio -, pues fumemos y charlemos.
Respingué instintivamente. Aquel hombre quería que compartiera su nefasto vicio agravado con vaya usted a saber qué tipo de droga.
– Disculpe – quise mostrarme conciliador – no sé si recuerda que no fumo.
Don Rogelio se me quedó mirando fijamente y sonrió de un modo algo aterrador.
– Y a mí que no me gustan los que no fuman – sentenció complacido.
Suspiré fatigado por aquello. Comprometer mi objetividad científica comenzando a mezclarme con sus costumbres, con efectos además perjudiciales para la correcta intelección, sólo me parecía un fallo de base para esta entrevista.
– Creo que ambos deberíamos aceptar nuestras posiciones, y tratar de llegar a un punto de respeto y acuerdo – le solté en actitud doctoral.
Don Rogelio parpadeó asombrado. Comenzó a mascullar para sí mismo y a asentir con la cabeza. Tal parecía un niño pillado en una falta.
– Sí…,sí…,por supuesto. Cada uno en lo suyo – respondió como ocultándose dentro del sombrero.
Se produjo un silencio confuso durante un tiempo.
– Bueno…-dijo él encendiendo su cigarro y comenzando a fumar absorto y con parsimonia.
Dejé que se explayara a su gusto, que se sintiera cómodo. Me dediqué a observar el paisaje que me rodeaba. Algo en mí parecía moverse ante ese espectáculo. Deduje que era mi función estética reaccionando ante la exposición de aquellos lugares.
– ¡Qué hermoso lugar – exclamé finalmente.
Don Rogelio pareció salir de su estado absorto y se me quedó mirando sonriente.
– Sí…sí que lo es -asintió conmigo.
Miró fijamente a la montaña y comenzó a hablar.
– Este es el lugar del hombre encantado, éste donde encuentra su sentido.
– El hombre encantado – dije excitado. Parecía que podríamos entrar en el tema del desencantamiento del mundo.
Se me quedó mirando extrañado.
– Sí…,claro – me dijo como si no entendiera mi excitación.
– Disculpe si le sorprende mi reacción – aproveché la situación – pero ya le comenté mi interés sobre viejas creencias, sobre cuando el mundo se creía encantado.
– Y dale con las creencias – comenzó a refunfuñar – y ahora además viejas.
Se giró ostensiblemente hacia un lado para mostrar su desagrado. Siguió fumando como para sí mismo, como si estuviera en su propio rito privado ausente de mi presencia. Comprendí que de nuevo le había enojado, era un tipo que había con tratar con cuidado debido a su simpleza excesivamente emocional.
– Disculpe…- hablé conciliador – quisiera que permitiera que entendiera que hay posturas diferentes…y que para mí un hombre como yo que…
– Que piensa que no hay encanto…, menuda pobreza de vida – me cortó maleducadamente.
Aquella era un afrenta personal. Tenía yo que aceptar la mentalidad de aquel hombre, en un consenso multirelativista, y sin embargo él podía denigrar mi propia posición. Esto era algo que ya había leído que ocurría a menudo con gente de escasa inteligencia, sin la sofisticación necesaria para estos tiempos.
– A veces es preferible ser pobre que una persona engañada – comenté pensando en el opio del pueblo.
– Allá usted con la herencia recibida y cómo la maneja – me contestó despectivo.
Volvíamos a un punto muerto, pero esta vez no permitiría el fracaso.
– Ilústreme usted si tanto sabe…ya le digo que he venido aquí a escuchar y no a hablar de mí mismo – le invité.
– ¿Y en qué desea ser ilustrado el señor? – me contestó socarrón.
Imposible…, aquel hombre era imposible. Lamenté la falta de contactos que me impedían conocer otra fuente de información sobre aquel condenado tema de los brujos. Sería alargar ahora demasiado el tiempo de recopilación si volvía a empezar buscando otra fuente. Decidí ver qué podía sacar de todo esto.
– En qué es ser un brujo – le acepté el juego.
– Un brujo – respondió el miméticamente.
– Sí…un brujo – asentí mirándole con firmeza.
– ¿Y quién es un brujo? – me preguntó con cara de ignorante.
Comencé de nuevo a irritarme.
– Usted Don Rogelio..usted. O al menos eso tengo informado.
– ¿Yo? – contestó él asombrado.
Decidí sonreír aceptando aquel juego socarrón. Tenía que dejar que se sintiera a gusto.
– Lo que está claro es que no voy a ser yo el que hable de los brujos – dije sonriente.
– No, si precisamente es usted el que quiere hablar de los brujos – me contestó también sonriente.
– ¿Cómo? – respondí a la defensiva extrañado.
– Usted quiere hablar de los brujos…pues hable usted hombre, hable usted – me invitó.
Meneé la cabeza confundido y alcé la manos para explicarme.
– Lo que quiero decir es que yo no soy un brujo, por lo que no puedo hablar como tal – comencé como si me explicara a una mente infantil -. Y por tanto es evidente que usted habla como brujo para mí por lo que…
– El brujo no habla…,es el duende el que tiene voz – me atajó de nuevo en esa tosca forma de llevar una conversación.
Se me quedó mirando muy fijo y luego comenzó a mirar el lugar que nos rodeaba.
– El brujo escucha – dijo con voz sugestiva.
Se quedó callado, como enfatizando la actitud de escucha.
– ¿Qué escucha Don Rogelio ?- por fin podría sacar los datos y marcharme.
– Ya se lo he dicho…al duende – dijo sin mirarme y encogiendo los hombros.
Suspiró y comenzó a liarse otro cigarro.
– ¿Y qué es el duende? – continué la interrogación.
Se me quedó mirando como si mirara a un extraño.
– ¿Usted de donde viene? – me respondió enojado -. Ya sabe usted qué es el duende.
– Bueno, claro… – le contesté presuroso para contenerle – El encanto, el misterio…
– Pues eso – cortó la conversación.
Se quedó mirando el cigarro, pareció quedarse muy reflexivo.
– A tal fin el brujo ha de consagrarse al duende, dedicarse con suma eficacia a su realidad. El brujo ha de adoptar las condiciones necesarias para ello, saber las condiciones especialísimas que requiere la escucha del duende.
– Se refiere a cultivar estados alterados de conciencia mediante sustancias psicotrópicas – le contesté sabihondo.
– ¿Como que alterados? ¿Me está diciendo que pierdo el juicio y la razón cuando fumo? – me contestó indignado.
– Hombre…tendrá usted que aceptar que…
– Mire…nos desviamos del tema. Yo hablaba de una posición de conocimiento, el adoptar el alma las condiciones necesarias para ser receptiva al espíritu al fin y al cabo.
Me quedé parpadeando. Ahora me hablaba como si fuera un igual en discurso. Aquellos términos trasnochados, «alma», «espíritu», reflejaba aquella actitud ingenua que yo había deseado documentar. Era evidente que aquel hombre creía en la existencia de semejantes conceptos, abandonado su conocer del moderno saber científico.
– A tal fin cada uno busca la ayuda necesaria, la forma de conseguir alcanzar semejante actitud poética – continuó enfrascado ahora en su discurso.
Se quedó callado por un momento y comenzó para sí a sonreír.
– Pero eso es arte doctor López, se escapa de su entender – concluyó complacido como un gato, como si se relamiera en mi insuficiencia.
De acuerdo, me respondí a mí mismo. Aceptaría su juego de colocarme en una posición de inferioridad. De hecho un par de preguntas más y ya tendría suficiente de aquella conversación.
– Es la pega de dedicarse a la ciencia – le respondí salvaguardando mi posición a la vez que encogía los hombros en señal de aceptación.
Se me quedó mirando aún más enojado.
– ¿Me está diciendo usted que no es poeta? ¡Menudo desperdicio de conversación! – estalló de manera imprevista.
Se levantó como un resorte, se quedó mirando el cigarro en su mano. Suspirando se lo guardó.
– Creo que es hora de irnos – concluyó hermético.
Suspiré yo también pero de fastidio. No era suficiente la información y volvía Don Rogelio a dirigir el asunto y cerrarlo a su manera. Me levanté a mi vez mostrándome ligeramente indignado e indiferente.
– Si usted lo desea – respondí en un tono que me hizo sentir fuerte e independiente.
No me respondió. Se dirigió al coche, esperó a que me sentara a su lado, y comenzó a circular de manera seca y enérgica. Mantuve un estudiado silencio con él, a la vez que me distraía pensando en cómo utilizar los datos obtenidos para darles una apariencia de solidez suficiente como para que no fuera necesario volver de nuevo a verle. Llegamos a la estación y se apeó del vehículo.
– Pues ya nos veremos Doctor López – se despidió ceremonioso.
Le estreché la mano, tal parecía que ahora fuera una despedida amistosa. Volví a subir y bajar el puente que me dirigía a la estación de tren.
Esta fue mi segunda cita con Don Rogelio.
Tercera cita con Don Rogelio: la carta.
Acabada la investigación sobre mi informe al departamento, un tanto más al curriculum, en el que analizaba las viejas maneras del hombre que debían ser sustituidas, por las condiciones actuales, por un nuevo modelo de hombre (superado por su integración con la máquina) en una nueva existencia fuera del planeta Tierra, es decir el hombre-máquina y la exo-existencia, me dediqué complacido a diferentes lecturas sobre la complejidad moderna.
Asentí complacido ante la interpretación de un profesor eminente de la obra de Goethe, Fausto en concreto. El viejo mito del mago, y cómo el final de Fausto era meramente un «deus ex machina», un simple error antiguo que no implicaba que Goethe apuntara maneras que indicaban la llegada de nuestra moderna complejidad. Pensé por un momento que este dato bibliográfico podría haberlo incluido en la investigación presentada al departamento, mi informe sobre viejas maneras del hombre.
Así apareció en mi cabeza el recuerdo de Don Rogelio.
¿Podría ser que aquel individuo hubiera quedado anclado tan en el pasado que simplemente no entendiera la ingenuidad de su planteamiento? Y pensar en él me hizo recordar nuestra última conversación en que Don Rogelio había quedado indignado por mi incomprensión de la poesía…, por negar validez de razón al poeta.
Lo cual es evidente para cualquier científico…, los poetas…ya se sabe.
Enredado en esto pensé en ojear el libro de Goethe personalmente. Miraría aquella vieja obra a ver qué me decía.
Abrí la primera página de libro y encontré la dedicatoria, principio de la obra:
«De nuevo os acercáis, vagas figuras
que antaño mis turbados ojos vieron.
¿Intento reteneros esta vez?
¿Siento mi alma inclinada a tal locura?
¡Os agolpáis!. Pues bien, podéis reinar,
surgiendo en torno a mí, de niebla y vaho;
tiembla mi pecho joven otra vez
al soplo mago de vuestro cortejo«.
Miré la última página, el final de la obra:
«Chorus Mysticus
Todo lo transitorio,
es solamente un símbolo;
lo inalcanzable aquí
se encuentra realizado;
lo Eterno-Femenino
nos atrae adelante
Finis»
Me quedé con una extraña sensación en la cabeza un rato…, ¿qué forma de expresarse era esa? Recordé entonces que era una obra poética, y que por tanto el lenguaje carecía de la precisión de la prosa científica. Volví a leerlo intentando entender cómo leer esos párrafos. ¿Y qué significaba eso de «soplo mago», «chorus mysticus» y ese «Eterno-Femenino»?
Palabras que deberían referirse a religiones de tipo matriarcal, las del culto a la Madre en vez de las religiones patriarcales y el culto al Padre.
– La vieja religión – murmuré recordando lecturas sobre el tema.
Y volví de nuevo a enfrentarme con mi interés en conocer a Don Rogelio…, el que creía en esos temas. Ya simplemente por amor propio, para que entendiera que no por no ser poeta era un hombre menor, o por alguna otra razón que no alcazaba a vislumbrar, el hecho es que le envié precisamente estas citas como poemas a su reflexión.
Mi carta decía así:
«Apreciado Don Rogelio.
Aprovechando nuestra mutua conversación en la que mostró su interés en la poesía, le envío estos fragmentos poéticos de un artista tan laureado como Goethe.
Espero que sean de su agrado. Ha sido por causalidad que esté en estos momentos enfrascado en comprender el significado profundo de estos magníficos versos.
….. (los versos de Goethe)
Atentamente,».
Aguardé su respuesta, confieso, con impaciencia. Al poco me contestó:
«
Allá iban los estudiantes,
en pos del vano saber.
Engreídos disertantes,
convencían de su haber
Don Rogelio «
Me quedé absorto releyendo la misiva. Me había contestado en verso, en un verso facilón evidentemente por su rítmica. Y al releerlo me sentía como acusado, como reflejándome en mi vida académica. Lógicamente era una crítica implícita al académico…, típico de intelectuales fracasados. Me quedé sin saber qué hacer.
¿Debía responderle yo también en verso? ¿Creía acaso que debía entrar en el juego del ingenio? Me pareció infantil.
Luego recordé que mi intención era volver a conectar con aquel hombre, así que debía aprovechar su mensaje y retroalimentar aquel proceso de encuentro.
Abrí el correo y comencé a escribir.
Poesía, genio o locura.
Alumno de la musa,
….
Y me quedé ahí. No sabía cómo continuar…, me parecía un juego trivial de palabras que reducían la complejidad de la realidad del lenguaje a meros chascarrillos. Me quedé fastidiado durante un rato, pero finalmente saqué el comodín de la honradez.
Escribí,
» Don Rogelio:
Usted me acusó de no ser poeta, valgan estos intentos para demostrale que en mí también existe tal don.
Poesía, genio o locura,
Alumno de la musa,
…..
Los puntos suspensivos son palabras que no encontré, pues quizás no pueda ir más allá de simplemente mencionar la etiqueta del asunto
Atentamente,
Doctor López «.
Lo envié con un gesto de fatalidad. Mostraría a un desconocido mi vulnerabilidad, que se riera de mí si quisiera, que se burlara aún si acaso. La respuesta de Don Rogelio llegó casi de inmediato:
«¡Excelente!.
Reúnase conmigo en la misma manera (lugar, día y hora)
Don Rogelio»
Así comenzó mi tercera cita con Don Rogelio
Tercera cita con Don Rogelio: el encuentro
Aquella invitación recibida más parecía una orden, un planteamiento áspero para mi gusto. Estuve tentado durante unas horas a desestimar aquella petición de Don Rogelio, pero aceptando mi interés respondí accediendo.
Por tanto estamos en el mismo lugar, día y hora… la misma situación en la estación de tren. A mitad del puente me espera, como siempre, esa figura de sombrero y cigarro, encajando en la estética del paisaje…como si fuera una criatura más.
– Bienvenido sea Doctor López – se anticipa al saludo.
– Muchas gracias Don Rogelio – acepto su mano.
Nos quedamos un momento en silencio, como suspendidos en el tiempo. Los ojos de don Rogelio están absortos, como sintiendo el aire del ambiente.
– Me parece muy bien – sentencia saliendo de ese extraño estupor.
Nos dirigimos a su vehículo. Mismo trayecto, misma parada. Volvemos a sentarnos en silencio en idéntico lugar. Se hace un silencio reconfortante, como si me sintiera ya cómodo en aquel sitio.
– ¿Le importa? – me dice señalando un cigarro.
Me encojo de hombros, es la menor de mis preocupaciones.
Se sonríe para sí y enciende el cigarro haciendo un gesto curioso… algún tipo de manera bruja supongo.
Noto mi cuerpo más relajado, como si aquel sitio de algún modo me hubiera recordado y me saludara, haciéndome sentir como si fuera de algún modo mío. Me da la sensación de ser un animal, con un saber innato.
– Y qué…¿cómo fue el resultado de su investigación?. ¿Le han dado algún tipo de condecoración? – me saca con voz socarrona de ese peculiar estado.
– Muy bien, muy bien – respondo de manera mecánica.
Me callo un momento pensando en lo oído.
– Y sí, algún tipo de condecoración me han dado. De hecho era un informe importante para las autoridades.
Don Rogelio se encoje ligeramente, presumo un complejo de inferioridad tras tal aparatoso hombre.
– Ah…las autoridades – queda callado un momento, como en una reflexión intima -. ¿Y qué concluía usted en ese informe?
Me vi a mismo un momento en el despacho del director, la sensación de lujo, de poder, de facilidad de vida… la importancia de las cosas.
– No es tema banal – comencé mi discurso con aire de autoridad técnica -. Se trata de apoyar la propuesta para la integración hombre-máquina y exploración exobiológica. Tenemos que ir preparando el futuro Don Rogelio.
Creo una atmósfera de misterio mirando a Don Rogelio, invitándole a preguntar.
– El futuro – simplemente repite.
– Sí… el futuro – asiento complacido, me siento ya ilustrando a aquella mente simple -. Se tiene que realizar un proyecto viable para nuestra futura salida de la Tierra.
Me quedo mirando el espacio infinito, me siento pura modernidad.
– ¿Y adonde van a ir?- pregunta aquella alma cándida.
– A un planeta virgen, pleno de recursos que nos permitan la expansión – continuó ya futurizando.
Don Rogelio asiente en silencio, noto como un estremecimiento corporal. Como si le dieran temblores….¿será que se contiene de risa?. Absurdo, debe ser algún efecto de lo que fuma.
– Y…- dice de manera extraña – ¿donde está eso?
Meneo la cabeza grave y pensativo.
– Aún no lo hemos encontrado, pero precisamente hay que anticiparse. No es tema de pocos años conseguir una perfecta integración hombre-máquina, el nuevo hombre futuro.
Los temblores de Don Rogelio de súbito cesan, se pone rígido como una tabla.
– Deje al hombre tranquilo – susurra enojado.
Me quedo extrañado ante ese inicio de ira. Me parece un pobre enfermo que se repite a sí mismo.
– Por supuesto que lo dejo, pero no negará que gracias al avance de la ciencia podemos diseñar el nuevo hombre. Hasta ahora teníamos que limitarnos al azar de la naturaleza, torpe y confusa actuando en millones de años. Ahora por fin podemos hacer una nueva evolución, no por azar como antes… sino con designio.
– Creí que había venido a hablar de poesía – contestó seco Don Rogelio.
No sé cómo lo dice pero siento que todo lo que he dicho es ridículo y trivial. Es cierto, venía a hablar con él de eso «otro».
¿Pero qué «otro”?, me pregunto confuso.
– Sí, desde luego. Disculpe si no le interesa el tema. Ha sido usted el que ha preguntado sobre el objeto de mi informe.
Don Rogelio suspira transformando su enojo en tristeza.
– Sí, es cierto…disculpe usted doctor López – dice como si fuera un niño desconsolado.
Demasiado emocional para mi gusto, incapaz de adoptar una actitud más objetiva. Me pregunto porqué habré creído que podía tener interés en hablar de nuevo con este hombre. Trato de cambiar el tema al que desea.
– ¿Le gustó la cita que le envié?. ¿Ha leído usted Fausto? – le abro la conversación educadamente.
– Algo he leído sí, algo he leído – habla saliendo de su abatimiento.
– ¿Y qué le parece? – continuó cortés.
– ¿Qué? – responde seco.
– ¿Qué que le parece la leyenda de Fausto? – le explico gentilmente.
– Bueno, un cuento…no está mal. Ahora bien, me gustan cosas que dice Goethe, está bien formulado – contesta de pronto con un aire universitario.
Se me queda mirando con el asomo de una sonrisa.
– La cuestión es que es la historia de un hombre que, harto del vano saber, busca saciar su sed de conocer invocando al espíritu de la tierra – continúa con el mismo aire -. Y de todo lo que le acontece al descubrir la realidad de la Magia.
– Bueno, sí…realmente es un arquetipo occidental – respondo yo a mi vez en el mismo tono -. Uno de los pocos que tenemos. De hecho la cuestión faústica…
– Arquetipo – me corta.
– Sí arquetipo – me lo quedo mirando pensando en que no entiende la palabra -. Me refiero a un modelo ejemplar, un tipo original.
– ¡Que va a ser el Fausto un modelo ejemplar de brujo, venga hombre por favor. Del montón…,como todos! – estalla de pronto.
– ¿Perdone? -sigo sin comprender estos cambios de humor repentinos.
– ¿Cómo va a ser un modelo ejemplar de mago, si es simplemente un aprendiz, un neófito que comienza su singladura del saber! – continua ahora con la actitud de que no entiendo nada de magia.
– Disculpe – se lo reconozco abiertamente -. Tampoco entiendo de magia.
– ¿Usted donde ha vivido, encerrado en algún búnker? -se me queda mirando como si fuera una extraña criatura, de nuevo la sensación de deficiencia extrema.
– No, yo he vivido con las personas normales. Y soy un hombre responsable, que entiende el paso de la magia y la religión a la ciencia, y que trabaja para el futuro que nos espera – me defiendo dignamente. Harto de adoptar una postura débil, por respeto al relativismo, para que ingenuos ignorantes quieran darme lecciones.
– ¿Usted sueña? – se me queda mirando como si fuera victima de un diagnóstico médico.
Meneo la cabeza, una sensación de desvío, de perdida me invade. ¿A qué viene recordar eso ahora?
– Sí, supongo que sí, como todos – respondo centrándome.
– Lo supone o lo sabe – me interroga profesionalmente.
– No sé…-comienzo a decir.
– Recuerde – me ataja seco.
Quedo callado, siento que me desvía la atención hacia el interior. ¿Un intento de hipnosis quizás? No debo olvidar que estoy con un brujo. Respiro para calmarme…, de pronto me aparece un sueño de hace unos años.
– Sí, sueño – respondo asertivo.
Don Rogelio asiente complacido. Se mueve un poco como para hacerme ver que se siente a sus anchas.
– ¿Y qué sueña? – me pregunta interesado.
– ¡Yo qué se que sueño! – salto indignado -. No tengo tiempo para perderlo en esas tonterías, en esas meras reorganizaciones de fase rem que…,
-¿Tonterías? – se vuelve a envarar Don Rogelio.
Le miro aún indignado. Veo que él también lo está. Difícil situación.
– Mire Don Rogelio – comienzo a tratar de poner los puntos sobre las ies.
– Déjelo – hace un gesto amplio con la mano – no importa.
Me quedo complacido. Pues claro que no importa.
Se crea un silencio restaurador del equilibrio, dejo que la situación de comodidad interaccional se produzca.
– ¿Y qué es lo que importa doctor López? – pregunta con voz alejada.
Me quedo mudo ante eso. Una respuesta surge de mi boca procedente de mi corazón.
– El amor…, supongo -respondo sin saber muy bien porqué.
Don Rogelio aspira mirando al cielo, y se queda quieto mirándolo. Suspira con suavidad.
– Claro, claro…-murmura asintiendo bajando la cabeza y acariciando absorto el suelo terroso a nuestros pies.
Nos quedamos en silencio los dos, con la sensación de fin de la contienda. Es curioso, hemos sido como dos hombres enfrentados desde el principio y ahora siento la paz tras la guerra, el punto de unión con aquel hombre.
– ¿Me haría el honor de invitarle a comer? – le propongo.
Se queda mirándome sonriente.
-¡No faltaría más! – respondió dando tres palmadas a sus muslos y alzándose agilmente.
Un aire festivo nos acompañó desde ese momento. Como dos amigos que se hubieran encontrado tras un largo tiempo.
Así fue como entablé relación con Don Rogelio.