El Cenáculo
*
-¿Brujería?…- murmuró Alberto con estupefacción.
Meneó la cabeza y volvió a ojear el nuevo texto que acababa de ser publicado. Como todos los jueves el respetado profesor de antropología de una de las universidades màs prestigiosas del país participaba de un encuentro informal junto a otros estudiosos. Había aprovechado la oportunidad para regalar ceremonialmente su nuevo libro titulado “El Ayer, el Hoy y el Mañana de las religiones”.
-No veo por qué pones esa cara Alberto – replicó Jon Txirube -. De hecho supongo que si en otros tiempos la religión dominante había perseguido y condenado los practicantes de ese término…
– Por favor Jon, qué tonterias dices – continuó Alberto ligeramente molesto porque le robara aquel tema el protagonismo de la velada.
– Lo que quiere decir Alberto – medió Paco Ritrueba – es que nombrar un conjunto de supersticiones como religión es algo inadmisible.
– Pero entonces…¿por qué tanta insistencia en su persecución, por qué tanto renombre sea bueno o malo en la historia? – terció Jon.
– La bruja pirula, el hombre-lobo, y el vampiro matacañas – saltó María Peñas, una de las más distinguidas neurólogas del momento.
Alberto sonrió complacido y miró burlón a Jon.
– Parece mentira Jon que en estos tiempos, ahora que ya sabemos el sentido de el pasado, que tenemos una clara visión de lo que ocurrió en la historia de este país…
– Sí, que la brujería en sí misma no existía, que tan sólo era el medio expiatorio de una religión estatal para mantener el control social …- admitió Jon mirando el libro de Alberto.
– O los discursos esotéricos, el ocultismo, todo eso formaría parte de ahora de esa población que apunto aquí como grupo religioso – aceptó Alberto
– No -replicó confuso Jon -, lo que quiero decir es que en la fantasía popular aún así ha quedado la sensación de la existencia de lo mágico, de lo inaudito, de algo que va más allá de lo conocido.
Se produjo un corto silencio mientras los reunidos se dedicaban cada uno a su plato. Jon quedó absorto jugando con las patatas que tenía en el plato. Alberto le miró fijamente y pensó que no era posible acaparar para él sólo la reunión y trató de buscar una salida decorosa a aquella interrupción en su presentación informal del libro.
– Cada uno busca la salida a la angustia como puede supongo – concluyó con voz rotunda y viril. Si había algo que le enojara era comenzar a pensar en tonterías paranormales u ocultistas como medio de esconder el tedio cotidiano.
– Es que Jon ha visto un ovni y por eso se encuentra rarillo – dijo Paco mientras se zampaba un solomillo a las finas hierbas.
– No…, ha sido que ha llamado al vidente y le ha transtornado las neuronas – respondió María.
– Por cierto, estaría bien hacer un estudio sociológico de la gente que llama a las brujas y videntes, seguro que nos indicaría algún dato interesante – afirmó Alberto.
Jon meneó la cabeza disgustado.
– No entiendo porqué no tomais lo que he dicho en serio. El hecho de que existieran tantas leyendas, tantas tradiciones sobre el tema debería hacernos reflexionar sobre la posibilidad de algo objetivo.
– Además…¿qué es lo mágico?. ¿Pedir a una bruja que me lea las cartas, que me haga un “trabajo” para el dinero o el amor? – continuó el hilo de sus pensamientos María.
– El tema religioso implica fe en la existencia de una entidad objetiva, superior al hombre y cuyo favor busca – masculló Paco levantando la cabeza del plato.
– No reduzcamos el hecho del “homo religiosus” a una cosa tan trivial, por favor Paco – respondió un tanto mosqueado Alberto.
La costumbre de Paco, físico de partículas, era trivializar todo aquello que escapara de su propia disciplina. Como practicante de una “ciencia dura”, todo aquello que escapaba del discurso científico le parecía sin importancia alguna.
– De hecho pienso que no se trataría de analizar la verdad de lo religión, sino el efecto real que produce en el ser humano tanto a nivel individual como colectivo – remachó Alberto con seguridad.
– Lo que quieres decir es que poco importa el contenido del discurso religioso, sino el hecho de que la humanidad siempre ha estado inmersa en dicho discurso – contestó Jon.
– Y la ciencia en sus efectos pragmáticos de adopción de un credo sería también una religión – respondió Alberto mirando con picardía a Paco.
– Así que el único agnóstico eres tú Alberto – dijo Jon.
Alberto se encogió de hombros. En sí mismo el hecho de haber podido analizar las religiones tanto del pasado como actuales, de haber encontrado un discurso común en ellas siguiendo el método estructuralista, le daba la sensación de que estaba por encima de cualquiera de ellas.
– Pero el hecho es que no has analizado con suficiente profundidad el asunto de la brujería – volvió de nuevo Jon al ataque.
– ¿Cómo iba a estudiar como fenómeno religioso ese tema?
– ¿ Y por qué no? – remachó Jon
– Porque carece de los suficientes elementos como para poder integrarlo en un análisis de contenido , le faltan criterios y categorías para poder ser definido como religión.
– Entonces será magia, lo que sea…- soltó Jon.
– Supongo, también podría hablarse de restos de una religión animista y una filosofía antigua – replicó con aire de entendido.
De hecho el experto en religiones era él, era su disciplina y no pensaba reducir el campo de su importancia y valía personal ante aquella actitud maleducada de Jon.
– ¡ Cosas de gente superstiosa, de las capas más incultas de la poblacion! – casi gritó Jon.
– Así es, además carece de importancia para el estudio de la historia y las influencias de las creencias en la sociedad.
– Antes moría gente por eso Alberto, y muchos cuentos se nutren de las figuras mágicas – comentó María.
Alberto asintió levemente.
– Quizás sí tenga que llamar a alguna bruja para que me diga cómo será mi destino – dijo mirándola con todo el aire de seductor posible.
Ella sonrió y tomó de su copa de vino comenzando a prepararse para una serie de frases de cortejo a las que era tan dispuesto el solterón de Alberto.
– ¿ Tú crees que existe alguna zona cerebral donde exista eso de lo mágico? – interrumpió Jon.
La pregunta iba dirigida a la neuróloga en la mesa.
– ¿Cómo?…- salió María de su aire seductor cuando se dió cuenta de que todos la miraban.
– Si crees que al igual que todas las facultades estan en diversas zonas cerebrales, si podrías hallar la zona relacionada con lo mágico.
– ¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de lo mágico? ¿De lo paranormal?- dijo Paco sintiendo que entraban en la zona oscura de la física, de ese tema llamado “lo paranormal” que tan inquieto le dejaba a veces. Era su afición secreta, lo que nadie sabía de él.
– No hablo de lo paranormal sólo desde el punto de la vista de la parapsicología, o de los estudiosos de acontecimientos extraños a nuestra razón – trató de explicarse Jon.
– El poder brujo, tener poderes…- murmuró Alberto pensando en las filosofías orientales y en especial en el chamanismo.
– Pues no sé…¿dónde se encuentra el amor? – respondió María.
Todos sonrieron, aquella frase soltada por una mujer quedaba entre el resto de varones como una llamada al romanticismo.
– Supongo que así como habrá religión mañana, dado que siempre ha existido…lo mismo debe pasar con este tema.- concluyó Alberto.
Pasaron a los postres y luego a las copas. La conversación derivó a tratar el tema de las nueva drogas de diseño, algo que estaba muy de moda en la ciudad.
– Desde luego aquí eres tú María la experta – aduló Alberto cuando ella les comentó la existencia de un nuevo derivado alucinógeno encontrado en el consumo juvenil.
– Las brujas decían que eran muy dadas a consumir alucinógenos – comentó Jon.
Los amigos miraron a Jon con extrañeza por su insistencia en tocar aquel tema.
– Sí…, solanáceas, cannabis, e incluso setas …- asintió María.
– Los hongos mágicos de los indios – intervino Alberto para demostrar ante todos que no se le escapaba el tema.
– Alucinar la realidad…de eso sí que sabe Jon – dijo Paco medio riendo.
La broma consistía en que Jon era psíquiatra.
– ¿Lo dices con segundas? – soltó mosqueado Jon.
Paco se encogió ligeramente y sonrió con suavidad.
– No, lo decía porque el tema de las alucinaciones producidas por drogas o por otras causas…
– ¿Por estar loco por ejemplo?- masculló Jon tomandose la copa de brandy de un golpe.
– Dejemos al loquero tranquilo, que hoy no está de humor – dijo Alberto juzgándole implicitamente. Aquello de insistir en la brujería e interrumpir su discurso le había enojado.
– Las alucinaciones de las psicosis son debidas a las mismas sustancias químicas , de ahí que a veces hablemos de que la ingestión de drogas lo que produce son “psicosis transitorias” – estableció pontifical María.
– Pero también usais drogas para eliminar esas alucinaciones – dijo Paco.
– Sí, pero eso son medicamentos. No podemos decir lo mismo de los productos que ofrecen en el mercado negro.
Se produjo un silencio en el grupo.
– De hecho el LSD se utilizó en investigaciones de psicoterapia y tenía un alcance de índice de curáción muy notable – rompió el silencio la neuróloga.
– Como la medícina indígena, el chamanismo – dijo Alberto.
– Pues como las brujas entonces, con sus pócimas para el amor, el dolor, la pena…- respondió Jon.
– Esas brujas ya no existen, y supongo que el consumo de drogas es algo consustancial con el ser humano – replicó Alberto impaciente.
– No fumarás, no beberás…- comenzó Paco con los mandamientos del hombre civilizado.
– Existían en la antigüedad religiones cuyo sacramento era un embriagante, y todavían quedan algunas culturas indígenas que las practican – continuó Alberto.
– Pues quizás la brujería era eso, y fue exterminada por una religión contraria – replicó Jon.
Alberto se le quedó mirando fijamente. Aquel dato le había gustado, era como si viera una nueva línea de investigación.
– Quizás tengas razón…quizás estudie las religiones ignoradas – dijo pensando ya en el título de su próxima obra.
– O sea que es una religión la brujería – sentenció Jon.
– Pues sí…, es posible – aceptó Alberto.
– Entonces como cada uno es libre de escoger su religión, creo que voy a hacerme creyente de la brujería.
– Ya sabeis que yo de religiones no hablo, sólo de ciencia y si acaso de filosofía – intervino Paco.
– Pues cuando sepa el arte y ciencia de la brujería te comentaré – le respondió Jon con ironía.
Acabaron las copas y decidieron salir de restaurante. Ahora era el momento de elegir si continuar la noche o despedirse. Se produjo un tenso nerviosismo en el grupo ante aquella disyuntiva.
– Bueno…¿qué hacemos? – estalló por fin Jon.
– Yo me voy a casa – dijo María pensando en su marido y en lo que estaría pensando. Su marido no era científico, y no participaba de su interés por el tema. De ahí que participara en las tertulias.
– Tengo una cosa que quiero que probeis. Es una hierba india que he conseguido – dijo Jon con aire misterioso.
El grupo quedó paralizado. De pronto Jon parecía alguna especie de doctor loco que estaba dispuesto a utilizar a sus amigos como cobayas de algún siniestro experimento.
– No…, otro día, yo me voy a casa – cortó María pensando en preguntarle qué tipo de sustancias químicas esenciales eran las causantes del “efecto mágico”.
– Yo paso, ya tengo bastante con todo lo que he bebido – dijo Paco pensando en lo dificil que era entender la física de las cosas como para embarcarse en extraños viajes alucinatorios.
– ¿ Y tú Alberto? – le miró Jon.
Alberto sintió cómo el significado de toda la cena se concentraba en aquel momento, era como un punto desde donde tenía que escoger. Miró a María y a a Paco y sonrió con suficiencia.
– Me voy con Jon a ver que me explique eso de la brujería.
Rieron con nerviosismo e hicieron los ritos de despedida de rigor. Tras ver marchar a sus amigos Alberto se encaró con Jon.
– Bueno, ahora podrás decirme qué perra te ha cogido esta noche – dijo con aire de dominar la situación.
Jon meneó la cabeza y sonrió.
– Nada…, quizás es que fumé esa hierba y pensé cosas bajo su efecto que nunca debería haber pensado.
– ¿Qué cosas? – inquirió Alberto con cierta desgana.
– Cosas…, sólo eso – se encerró Jon meneando la cabeza.
– Ya – respondió Alberto con aire satisfecho -. Y querías que la probáramos para que pensaramos esas cosas y no te sintieras tan sólo en ello…
Jon miró pesaroso sus pies.
– Sí, es posible. Quizás la fantasía me haya tragado, y ahora no sepa distinguir exactamente cual es el territorio de la razón.
– Distinguir el delirio de la realidad es un tema que no puede comprenderse desde el estudio de la religión. Es tan extraño todo lo que ha creído el hombre – trató Alberto de calmar a su amigo sin por ello no presumir de su último libro.
– No sé – murmuró confundido Jon.
– Lo que no entiendo es esa actitud, un hombre como tú, con el reconocimiento que tienes como profesional…, para qué enredarte con los pensamientos surgidos de una droga. Es como si fueramos ahora a una discoteca con los muchachos y nos colocaramos de alucinógenos.
– No debería hacer caso, lo sé…pero es que las cosas que pensé son …
– Propias de una mentalidad mágica, lo sé – se introdujo Alberto en el territorio de Jon.
– Cosas de otra época, atavismos, restos de un tiempo desaparecido- respondió Jon entrando en el de Alberto.
– Cierto, lo que fue ya no será, y adonde vamos nadie lo sabrá.
– Quizás lo que fue es, y por eso será – replicó Jon.
Se quedaron ambos con las manos en los bolsillos y con los hombros encogidos. La noche parecía que iba a terminar.
– Bueno, lo dejaremos para otro día – dijo Jon.
– Sí, es lo mejor. Además…¿para qué ibamos a fumar esa hierba? ¿Para encontrar nuestras propias sombras? ¿Para iluminarnos?. Mañana tengo que hacer la presentación oficial del libro y tengo que preparar el discurso.
– El discurso que querías darnos hoy – sonrió Jon.
– Sí – sonrió a su vez Alberto aceptando su pretensión -. Por cierto, si quieres pasarte por allí habrá luego un coctel donde tiene previsto asistir el doctor Rodriguez de la Mata.
– ¿De la Mata? – abrió los ojos Jon pensando en la oportunidad de hablar con el director del Instituto Nacional de Salud Mental.
– Sí…- sonrió pícaro Alberto.
Los dos amigos se despidieron rumbo a lo conocido.