La mirada del enfermo

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Ojo de Halcón despertó inquieto, envuelto en un sudor frío que empapaba todo su cuerpo. Los sueños le perseguían llamándole para que se dirigiera a algún lugar insospechado, temible en su propio desconocimiento. Miró a sus padres y les vió apaciblemente dormidos. Se levantó y salío fuera de la tienda.
El Sol comenzaba a surgir, silenciosamente poderoso, dominando el vasto territorio de la pradera. Las aves cantaban gozosas ante el nuevo día, regojizando el alma de las criaturas presentes.
Pero aquella mañana el joven indio no sentía la alegría en su corazón, algo, como una losa pesada, invadía su ser. Tremendamente fatigado, con un cansancio extraño que le imposibilitaba moverse y sentir, dejó caer su cuerpo al lado de un arbol y allí permaneció quieto e inmovil, con la expresión vacía.

Juan Valcarcel despertó con un sobresalto. Se sentía poseído por extrañas criaturas que le impelían a arrojarse hacia un abismo sin fondo. Se levantó pesadamente y encedió la luz de su pequeña habitación. La ropa de la cama estaba húmeda por el sudor, y un extraño escalofrío recorría intermitentemente su cuerpo.
Salió de su cuarto y se dirigió hacia el salón. La casa estaba en silencio, sólo perturbada por el ruido de un vecino orinando y tosiendo lastimosamente. Abrió la persiana del salón y miró hacia el exterior. El ruido del tráfico entró implacable en la estancia. Miró a su alrededor: coches, edificios y personas que velando su anonimato se desplazaban rapidamente hacia la entrada del metro.
Irguió la cabeza y apoyó su cuerpo en el alfeizar de la ventana para poder mirar al cielo. Arriba, confudiendose entre el humo gris de la ciudad, podía apreciarse que un nuevo día comenzaba.
Juan dejó la ventana abierta, encendió la televisión y postró su cuerpo en el sillón. Dejó que las imagenes le envolvieran, que su mente no pensara…un cansancio infinito le dejó inmovil ante la televisión, sin expresión en su rostro, sin luz en sus ojos.

Oso Moteado salío de su tienda y se dirigió hacia el pequeño río para realizar sus abluciones. Al contemplar a su hijo inmovil en el arbol cambió su habitual camino y se dirigió hacia él. El joven no mostró ninguna reacción al acercarse a él.
– Que el día te sea propicio hijo – murmuró suavemente el cazador mientras se acuclillaba a su lado. Dejó que la impresión corporal que producía su hijo le embargara y aguardó unos instantes para sentir qué era lo que ocurría.
El joven no dijo nada, seguía mirando fijo y ausente al horizonte. Oso Moteado murmuró algo para sí mismo, se levantó y se encaminó hacia la tienda. En ese preciso momento salía Agua de Río, su mujer, peinandose lentamente su larga cabellera negra.
El cazador se paró ante ella con rostro serio y moviendo la cabeza en dirección al joven murmuró lentamente unas palabras.
– Nuestro hijo está hechizado – dijo sin mostrar ninguna emoción en sus palabras.
La madre miró a su hijo y estuvo absorta contemplándole. Bajó la cabeza y suspiró. ¡Qué pronto los niños se volvían hombres!.
– Es hora de su desafío – susurró para sí.
El bravo cazador sonrió a su mujer, la abrazó y quedaron juntos mirando la estampa del joven Ojo de Halcón inmovil en el arbol.
– Sí mujer – respondió -. Es hora de su encuentro con el Espíritu.
Ahora sólo era necesario llevarle a Viento Nocturno. Así eran las cosas en su pueblo.

El señor Valcarcel se levantó irritado tras darle un zarpazo al despertador. Se vistío lentamente y a desgana mientras escuchaba el sonido estridente del televisor.
– Maldito crío – murmuró para sí mismo.
Salió de la habitación y se dirigió hacia el salón. Allí estaba su hijo, absorto, inmovil, como un vulgar estúpido, contemplando la televisión.
– Baja ese trasto – gruñó mientras se dirigía hacia la cocina.
Al pasar a su lado notó un cierto escalofrío, como si el joven no estuviera allí. La televisión seguía en el mismo volumen, desgranando su retahila de muertes e intrigas políticas.
– Maldito crío – volvió a gruñir mientras se tomaba su café.
Estaba harto de su hijo y su mala educación. Se dirigió de nuevo al salón irritado y se plantó entre su hijo y el televisor.
– ¿Qué te he dicho? – dijo amenazadoramente.
El joven ni pestañeó, como si pudiera traspasar el cuerpo de su padre y seguir contemplando su televisor.
El señor Valcarcel sintió algo amenazador en la actitud del joven. Era como estar en presencia de un alienado, de un zombie. Sintió un ataque de pánico. ¡Sería su hijo uno de esos inmundos drogadictos!. ¡Ese sería el pago de su sacrificio!
Se dirigió apresuradamente a la habitación de matrimonio para encontrar a su mujer que salía del lavabo, tras tomar su dosis matutina de un estabilizante del humor. Sintió cierto disgusto al contemplar aquella figura ajada, fea y estropeada que era su mujer.
– Tu hijo o está loco o merece una bofetada – le dijo al cruzarse con ella.
La señora Valcarcel no respondió y miró con irritación a su marido. Secretamente le echaba la culpa de su sentimiento de vacío  y de aquella fatiga nerviosa que le obligaba a medicarse. Se dirigió hacia el salón y miró a su hijo. Al verlo su corazón le dió un vuelco…¡lo sabía, sabía que su hijo acabaría por volverse loco!. Aquella expresión estúpida, aquel estar sin estar…o estaba drogado o simplemente había caído en alguna terrible enfermedad psicológica.
– Tenemos que llevarle rápidamente al psiquiatra – gritó excitada aquella mujer que tanto sabía de psiquiatras y medicamentos.
El padre miró hacia el suelo y sintió que algo se hundía en él. Ya no era sólo su mujer, ahora también su hijo. Se vistió lentamente sintiendo la tremenda verguenza de llevar a su hijo a un loquero, el sentimiento de fracaso viril por tener un hijo tan inepto.
– La culpa es de la enferma de su madre – murmuraba una y otra vez mientras el odio crecía lento y sostenido en su interior.

Viento Nocturno estaba en la puerta de su tienda contemplando la llegada de una familia. Ligeramente apartado de los demás, por su condición de hombre-medicina, vivía en estrecho contacto con la realidad tanto de su tribu como del Misterio que les guardaba.
Oso Moteado y Agua de Río le saludaron respetuosos al llegar a su altura. El chaman respondió sonriente al saludo y prestó toda su atenció al joven que les acompañaba. Dejó que su alma sintiera el alma del joven y asintió lentamente.
– Desde cuando está así – murmuró lentamente sin dejar de mirar al joven.
El padre le respondió que su hijo había quedado inmovil en un arbol aquel amanecer. La madre amplío la respuesta comentando que hacía ya semanas que notaba que su hijo se comportaba extrañamente, como ausente de la realidad cotidiana.
Viento Nocturno asintió para sí, tocó ligeramente con su bastón emplumado el cuerpo del joven y notó como al contacto de su poder se estremecía ligeramente Ojo de Halcón.
– Bien, bien, muy bien – susurró para sí el médico -. Dejadle aquí conmigo y esperad tranquilos su regreso.
Oso Nocturno sonrió satisfecho. En su interior anidaba la preocupación de que fuera algo realmente grave. La actitud de su chamán le hizo reafirmar la idea de que su hijo simplemente iba a ser iniciado.
Ojo de Halcón quedó quieto mirando el suelo, sin atender a nadie ni mostrar reacción alguna a la marcha de sus padres. Viento Nocturno comenzó a encender un fuego e hizo sentar con suavidad al joven ante la hoguera. Luego preparó una infusión de hierbas y se lo entregó al joven que, indiferente, lo tomó. Aquella bebida agradable y fuerte le hizo despejarse sacandole de su modorra.
Alzó la cabeza y miró el rostro del hombre que le acompañaba. Era el sabio Viento Nocturno que le contemplaba sonriente por las llamas de la hoguera. Sin poder evitarlo sonrió a su vez.
– Mañana iremos al Lugar Sagrado – comentó el chamán mientras alzaba su rostro hacia las estrellas.
El joven suspiró satisfecho. Se sentía bien y protegido por el poder de su chamán. Se tumbó y dejó que el sueño le invadiera.

Los padres de Juan Valcarcel miraban expectantes la puerta de la consulta del psiquiatra. Avergonzados de llevar a su hijo, miraban furtivamente a la gente que pasaba tratando de hacer ver que “aquello” no iba con ellos. La sensación enojosa de llevar a un “enfermo mental” les hacía sentir molestos y avergonzados.
Aunque el psiquiatra Puigvert era considerado uno de los mejores especialistas de la ciudad, el señor Valcarcel mantenía sus dudas ante el hecho de visitar a ese “matasanos”. Se sentía por un lado orgulloso de poder llevar a su hijo a la consulta privada de este especialista, de poder pagar sus altos honorarios, eso confirmaba su triunfo en la jerarquía social; por otro se sentía enojado de tener que estar esperando tanto tiempo debido a que no había pedido hora con antelación. Aquella perdida de tiempo era perdida de dinero, y esto para un hombre tán practico y resuelto como el señor Valcarcel le hacía sentir enfermo. Era como si el mundo no se ajustara a sus correctas normas.
Miró a su mujer. Ahora vestida y maquillada parecía una mujer atractiva y joven. Sólo él tenía que tragarse al adefesio que se escondía tras la cara ropa y el elegante maquillaje. Su hijo seguía absorto, mirando sus zapatos como si nada más existiera en el mundo. Sintió un fuerte disgusto al contemplarle. Excesiva mano blanda, se dijo para sus adentros, esto es lo que ha hecho que mi hijo salga tan debil.
El señor Valcarcel aceptaba que su mujer fuera al psiquiatra, era algo propio de mujeres, de su innata debilidad. Pero un hombre, un tío con cojones, no podía permitirse aquella tontería. Por un momento pensó que su hijo era marica y su desprecio aumentó aún más.
– Todo lo que tiene son mariconadas – soltó al fin con desprecio el padre para así ocultar su dolor.
La madre ni le miró. Estaba harta de la prepotencia de su marido, de su jactancia por conseguir un dinero que les permitía tener un caro coche, una gran piso en un buen barrio. En el fondo ella  y su hijo eran las victimas de aquel estúpido simio que sólo entendía de negocios y deportes.
Apareció la enfermera, impecablemente vestida de blanco y con sonrisa estereotipada, para anunciarles con solemnidad que el doctor ya podía recibirles. Con fastidio se levantaron y se dirigieron  a la lujosa consulta donde esperaba un hombre de mediana edad, vestido con bata blanca, y arropado a sus espaldas por unos títulos que certificaban su conocimiento del alma humana.
Apretón de manos profesional, sonrisa profesional, comentario ligero profesional, sentarse en mullidos sillones, ligera mirada profesional al joven catatónico, y adopción de rostro serio profesional.
– Ustedes dirán – comenzó gravemente el doctor su ritual medico.
Los padres se miraron mutuamente para ver quien comenzaba a hablar. Momento de silencio embarazoso mientras el joven Juan seguía mirando a la nada. Rompe a hablar la madre para ser inmediatamente interrumpida por el padre, rito cotidiano para demostrar que en el fondo sólo los hombres pueden hablar seriamente de algo.
– Verá doctor Puigvert – comienza la madre con un tono de admiración reverente y ansiedad redentoria.
– Mire – corta resuelto el padre en tono de negocios – lo que pasa es que mi hijo está así desde esta madrugada, como atontado.
El padre baja la voz y mira con astucia al doctor.
– Es posible que esté drogado – murmura recordando todo lo que sale en la televisión sobre el terrible mundo de las drogas.
El doctor, como buen profesional, no se inmuta y comienza a realizar su anamnesis. ¿Desde cuando han comenzado los síntomas, ha tenido algún transtorno anterior, algún precedente en la familia?. Lo anota todo meticulosamente con su pluma dorada en su carpeta de cuero en la que está grabada su nombre.
La madre comienza a afirmar que su hijo está así desde hace tiempo, que no parece querer nada, que no está contento con nada. El padre afirma que está excesivamente consentido. Todo lo escucha el doctor con esa mascara profesional en la que nada entra pero en la que parece atender con seriedad y rigor.
Se acerca al joven y chasquea los dedos. Inmovil indiferencia del catatónico murmura para sí. Es necesario hacer un analisis profundo. Examinar con minuciosidad las causas de estos síntomas. Debe quedarse en su lujosa clínica para una revisión completa. Ya serán informados debidamente.
Palmaditas a la espalda de la afligida madre, serio apretón de manos al negociador padre que está calculando el precio de la mariconada de su hijo. Les acompaña hasta la puerta, una cortesía inaudita debido a la confianza que tiene con la señora Valcarcel.
El joven queda sólo y es acompañado por un enfermero hasta una higiénica habitación. Se le administra un fuerte sedante y se le deja en una de las habitaciones  de los distinguidos clientes monitorizados elegantemente por circuito de televisor.
El joven Valcarcel siente que su mente se embota completamente por la acción del sedante y cae dormido mientras mira fijamente aquella pared blanca de su atildada habitación.

Ojo de Halcón camina tras Viento Nocturno. Andan a paso tranquilo, y el joven se deja llevar por el impulso de la marcha que imprime el chamán. Cada cierto tiempo el médico para de pronto la marcha y observa divertido la inercia del joven que sigue caminando hasta que advierte que nadie le precede. Entonces se detiene como un muñeco sin cuerda.
Viento Nocturno vuelve a avanzar y de nuevo imprime un ritmo fijo a la marcha. Aquel ritmo de su caminar parece tener una razón definida, como si el andar sujeto a una constante diera confianza y seguridad al desconcertado joven.
Así andan durante horas, deteniendose de pronto, rompiendo el ritmo, y volviéndo a caminar. El cuerpo del joven parece finalmente adivinar el ritmo invisible haciendo sentir confianza y certeza a la atribulada alma del joven. Todo va bien siente Ojo de Halcón.
Al llegar a una montaña se detienen y Viento Nocturno se mantiene inmovil durante un rato. Espera el signo propicio para que ambos puedan celebrar la unión con el Espíritu. El joven se sienta y mira fijo  a la montaña. Algo oscuro parece salir de lo profundo de su alma y hacerle recordar sueños ignorados. Voces extrañas invaden su alma y le susurran recuerdos lejanos.
Viento Nocturno finalmente se sienta complacido.
– Eres afortunado – comenta mientras le ofrece comida y bebida al joven -. El Espíritu desea hablar contigo.
El joven mastica en silencio, con la mirada absorta y fija en la cumbre de la montaña. Allí, allí donde el aguila vuela majestuosa en silencio.

El doctor Simón realiza las pruebas rutinarias al paciente del día. Asqueado de realizar siempre lo mismo mira con cierta desgana al joven Valcarcel. Se siente harto de ser el ayudante de aquel petimetre de Puigvert, de aquel tipejo que lo único que sabe es a quien ha de lamerle el culo. El también tendría su propia clínica si supiera qué manos apretar, que orejas adular…por supuesto que sí.
El catónico sigue sin prestar ninguna colaboración a la realización de baterías de test. El doctor Simón ha visto muchos casos como éste, pero el hecho de realizar el diagnóstico con todo un sistema multi-procedimental da un aire de sofisticación y lujo a su clínica. Ha de realizarse aunque él ya sepa que es otro caso de esquizofrenia catatónica.
Se pasan toda la mañana tratando de que aquel sujeto colabore con su ciencia. Finalmente, tras comer en soledad en su habitación, es devuelto ahora a la doctora Paez. Joven discípula de Puigvert, e incondicional seguidora de su  teoría clínica, realiza las pruebas más sofisticadas. Analisis bioquímicos y un escaner cerebral de última tecnología. Esto da una sensación de confianza y rigor a todos los profesionales y permite que el cliente pague abrumado por tal demostración de tecnología.
Mientras se termina el informe para el doctor Puigvert el joven es devuelto a su habitación y de nuevo sedado. Mañana será el gran día, cuando por fin el doctor dictamine su veredicto.

Han llegado a un lugar  cercano a la cumbre. Viento Nocturno prepara los ceremoniales del rito. El cuerpo del joven es  bañado por el agua del arroyo, pintado con los símbolos de poder, aromatizado por las hierbas especiales para aquel momento.
Viento Nocturno ingresa al joven en el círculo sagrado, y consagra dicho espacio como lugar de vinculación.
Canta a la Familia Sagrada, a la Antepasada Madre Tierra y a la Misteriosa Luna, al Antepasado Padre Sol,  y al Antepasado Misterioso Espíritu que nadie conoce y que todo lo gobierna.
Le da de comer el alimento sagrado, alimento que siempre les ha unido al Reino del Espíritu, y comienza a cantar suavemente recordando las leyendas de su tribu, el poder de sus antepasados, el vinculo ancestral de ellos con el Espíritu.
La Noche envuelve el lugar, a lo lejos el lobo canta a la Luna, el mochuelo entona su melodía. Viento Nocturno se une al misterioso reino de la Noche y deja que su espíritu sea llevado por el sentimiento arcano. Canta y marca el ritmo con un pequeño tambor, manteniendo así constante el mundo dentro del circulo sagrado, círculo de los cuatros puntos cardinales en cuyo centro reposa el joven.
Ojo de Halcón de pronto despierta a aquel reino amenazante que tanto le oprime en sus sueños. Allí hay voces y visiones que le introducen en un misterio. Despierto al mundo del sueño penetra en él sin temor, con la guía de aquella voz que le acompaña en su viaje interior.
Es hora de que comprenda quien es él, cual es su herencia y cual su lugar en el mundo.
Y para nacer a una nueva comprensión hay que morir a la vieja.

Sesión de reunión matutina entre doctos profesionales de la psiquiatría. Comentarios sobre el tratamiento de los diferentes pacientes. Llega el turno del joven Valcarcel. El doctor Puigvert ojea severamente el dossier de cada uno de sus ayudantes, mostrando que no necesita realmente examinarlos para saber qué padece el joven.
– En mi opinión padece una fuerte carga delirante que le hace encapsularse en su mundo interior por miedo a afrontar la realidad – comenta despreocupado el doctor Simón.
Puigvert asiente en silencio. Es posible que la esquizofrenia estuviera ya larvada dentro de la estructura familiar, y que el miembro más joven haya sido el agente sintomático de revelación de dicha estructura sistémica.
Los analisis clínicos revelan una alteración bioquímica en el funcionamiento cortical. El analisis de espectro muestra cierta disfunción de las ondas cerebrales en el lóbulo temporal. Un exceso de ondas delta y theta que muestran una clara disfunción del correcto funcionamiento del mecanismo cerebral. La doctora Paez calla complacida tras su exposición, una demostración clara de que su trabajo es verdaderamente científico, positivo y evidente, alejado de teorías aún no comprobadas.
Símon se defiende, ante la sensación apabullante de ser engullido por datos bioquímicos y electromagnéticos de su colega, afirmando que el contenido de los delirios está relacionado con contenidos mágicos. Una muestra más de que la razón del joven está sujeta a una aberración.
– Es posible que la culpa la tengan un padre tiránico y cruel junto con  una madre victimista y sumisa – sentencia sabiendo que la señora Valcarcel es ya cliente de la clínica.
Puigvert asiente en silencio, como si todo lo expresado ya lo supiera de antemano. Sentencia el tratamiento, manda que sigan tratando con la misma dosis a Fulano, que bajen la de Mengano, que suban la de Zutano…por fin terminan la sensación satisfechos de haber mantenido el orden ante el caos de la enfermedad.

Viento Nocturno rie alegre mientras  contempla al joven Ojo de Halcón empecinado en subir a la cumbre y atrapar una pluma de águila. La noche ha estado llena de poder y misterio, y el joven ha saludado al Sol y despedido a la Luna lleno de reverencia y comprensión.
Ojo de Halcón contempla un momento los polluelos del águila y sonríe contento. Algún día aquellas debiles criaturas seran tan poderosa y regias como sus padres. Bendice a los aguiluchos, toma delicadamente una pluma y saludando al Sol agradece al aguila, que vuela lejana en pos de alimento, el regalo.
Baja presuroso, lleno de vida y aún nervioso ante la visión de la noche pasada. Una visión que le une al clan de águila, y que es promesa de un futuro poder que se desarrollará a su tiempo.
Viento Nocturno deja ahora que el joven imprima la marcha, el ritmo del caminar. Ora excitado, ora cauteloso, el joven camina mirando todo a su alrededor con nuevos ojos. Ahora sabe que forma parte de la familia del Espíritu, que todas las criaturas lo son, y que todo se halla imbuído de su misteriosa presencia.
No comprende cómo no había sentido aquello antes, se le antoja que en verdad antes estaba muerto y ahora está vivo, verdaderamente vivo. El joven camina sin cesar de cantar, recordando la canción de poder que recibió anoche. Viento Nocturno le contempla sereno sintiendo el poder del joven. Es posible, se dice, que aquel joven esté llamado a practicar su arte. Su poder y el trato del Espíritu con él esa noche, repleto de signos y presencias invisibles, así lo anuncian.
Por fin, tras una rápida y excitada marcha, que sigue Viento Nocturno satisfecho e irónico, contemplan el valle donde vive su tribu. El chaman se dirige a su casa, y le cuenta leyendas que afirman que lo vivido por el joven ha sido vivido por otros, incluso por el propio chaman. Así pasan la tarde, esperando el anochecer para que el joven vuelva a casa de sus padres.

Los padres esperan inquietos en la sala de espera. La sensación de perdida de su hijo, de no saber qué hacer ni qué esperar les abruma. La señora Valcarcel ha tomado no sólo su dosis matutina de estabilizante de humor, sino un fuerte sedante que le ha hecho mantenerse medio dormida toda la noche, mientras su marido bebía en silencio en el salón contemplando absorto el televisor y sin parar de fumar.
Por fin aparece la enfermera para invitarles en tono solemne a entrar en el distinguido despacho del  doctor. Toda una eminencia, como afirma la señora Valcarcel a sus amigas cuando trata de demostrar su alto nivel adquisitivo.
Serio y grave les espera el doctor. Saludo cortes y profesional, invitación a sentarse, y minutos en silencio contemplando cómo el doctor examina lentamente un dossier lujosamente encuadernado donde aparece el nombre de su hijo.
Por fin Puigvert se quita las gafas y las coloca en la mesa. Baja la cabeza suspirando mientras enlaza sus manos con un estudiado gesto profesional. La expectación crece en el despacho, el padre inquieto no sabe cómo moverse ni si puede encender un cigarrillo para calmarse. La madre espera simplemente el veredicto de su admirado doctor.
– Ante todo no quiero alarmarles – comienza pausadamente mientras se oye un gemido de la mujer que los hombres parecen ignorar -. Su hijo está padeciendo un trastorno mental agudo, pero evitaremos con todos nuestros medios que pueda convertirse en crónico.
El señor Valcarcel siente que se hunde bajo tierra, lo sabía, sabía que algo malo debía pasarles. Primero la loca y frustrada de su mujer, ahora el estúpido de su hijo. ¿Es qué no les ha dado todo lo que querían, no les ha otorgado un nivel de vida que muchos envidian?. Se siente traicionado, atacado en su logro masculino de obtención de poder para su familia. El gran macho herido por algo que desconoce, y que siempre ha creído ajeno a su entorno, propio de débiles y desgraciados.
– ¿Qué quiere decir usted? – se recompone adoptando su aire de profesional de los negocios. Seguro que sólo quiere sacarle más dinero. Todo el mundo es igual. Vampiros que sólo buscan roerte hasta los huesos.
Puigvert cierra el dossier, mostrando así que está dispuesto a bajar al lenguaje coloquial. Esto es algo que sólo un distinguido profesional haría.
– Su hijo padece fuertes delirios que le hacen alejarse de la realidad – responde seriamente.
– O sea que está loco – replica irritado Valcarcel haciendo caso omiso a los sollozos que comienza a exhibir su mujer. Ella puede llorar, pero él es un hombre y va a mostrar su dureza.
El doctor sonríe y mueve una mano como apaciguando el ánimo del ofendido padre de un hijo que se ha vuelto chalado.
– No en absoluto – miente tranquilizadoramente -. Es simplemente una disfución bioquímica de su cerebro que puede ser arreglada.
Abre de nuevo el dossier y les muestra solemne los analisis químicos y el escaner cerebral que muestra el cerebro del joven en tres dimensiones y colores.
Puigvert comienza a hablar de neurotransmisores y disfunciones bioquímicas lentamente, sabiendo que simplemente es una charla tranquilazadora, una jerga incomprensible para sus clientes que les hace sentirse confiados ante la pericia del esotérico conocimiento del profesional.
Interrumpe las mutuas acusaciones de los padres, el odio latente que estalla ante él. Está acostumbrado, sabe como tratar esa situación. Insiste en que nada especial ocurre. Sólo seran tres meses de observación y luego podrá volver a su casa, con un medicamento antipsicótico, tratamiento durante cinco años y terapia psicodinámica.
La madre suspira relajada, sabe que no es tan malo vivir bajo medicación por su propia experiencia. El padre gruñe por debajo calculando el tremendo gasto que va a ocasionarle el marica de su hijo, y la verguenza de tener que vivir con un loco. Se dice que ha de mantenerlo en secreto, que nadie ha de saberlo.
Juan Valcarcel se ha convertido en un lastre y humillación para los padres y para su sociedad.

Oso Moteado contempla en silencio, sentado en el fuego con otros cazadores, el retorno de su hijo. Un fuerte orgullo estalla en su pecho al ver el adorno en la cabeza de su hijo: una pluma de águila, el primer desafío realizado, el primer logro de su hijo que es ahora hombre en su tribu.
Un compañero palmea la espalda del padre y le felicita por la hazaña de su hijo y por el futuro que le espera. Oso Moteado sabe que ha llegado el momento de pensar en el futuro de su hijo, ahora que forma parte real de los hombres de su tribu.
Agua de Río, desde su tienda, contempla a aquel joven orgulloso que se aproxima a los hombres de la tribu. Sonríe satisfecha, sabía que su hijo sería bendecido por el Espíritu…y sueña con un futuro en el que Ojo de Halcón sea un hombre con muchas plumas en su cabeza.
Un hombre respetado y realizado.
Un hombre real.