Mea culpa
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Me llamo Samht Rista, Alba Rosada. Soy hija de That Ru, Trueno Alegre, y mi madre, Mahrit , Ola Marina, me ha enseñado todo lo que yo sé. Mi pueblo es respetado por las tribus vecinas, y es famoso por sus danzas y cantos, así como por hacer bellos dibujos en sus casas.
Dice mi padre que en otro tiempo hubieron muchas luchas entre las tribus hasta que finalmente llegó un hombre poderoso que marcó las leyes en la tierra. Desde entonces vivimos en paz, e incluso cooperamos en las tareas de recoger los frutos de la tierra.
Me siento muy orgullosa de mi padre, pues es el Nahua, aquel que baila en las festividades del Sol. Nos pasamos todo el año recogiendo plumas de diferentes aves y haciendo la ropa que va a mostrar en ese momento tan especial para nosotros. Celebramos que nuestro padre el Sol nos concede la soberanía de nuestras vidas, y se la entregamos con grandes fiestas a nuestra madre, la Tierra.
Mi padre es un hombre muy especial, orgulloso y altanero, es el más hermoso cuando representa el primer vuelo del hombre como ser libre. Despliega sus alas, hechas de múltiples colores, y baila con tal fuerza y belleza que todos nos sentimos agradecidos de que nos represente como hijos del Cielo.
Ahora me encuentro confundida pues han llegado unos hombres barbudos con armas extrañas a nuestro pueblo. Descendieron de una gran barca, tan grande que cabrían todas las nuestras en la suya, y comenzaron a hacer tratos con nosotros pero de un modo que no nos parece justo. Los hombres recelaban de ellos y a muchas de nosotras se nos sugirió que no nos cruzaramos en su camino pues miran a las mujeres de una manera fea y turbia.
Llegado el día de las fiestas del Sol fueron invitados a presenciarlo. Todo iba bien hasta que uno de esos hombres extraños comenzó a gritar a los suyos y alzando una especie de cruz pero más alargada obligó a todos a marcharse de nuestra fiesta.
Pasados unos días llegaron vestidos con ropas que brillaban al Sol y comenzaron a matar a las personas sin mediar palabra. Nuestros hombres intentaron luchar pero sus armas no les hacían daño, y pronto hubo tantos muertos que se decidió rendirse y pedir piedad a este enemigo traicionero.
Desde entonces las cosas han cambiado en nuestro pueblo. Los niños somos obligados a aprender su lengua, las mujeres ahora deben ir cubiertas hasta el cuello sin mostrar su cuerpo, y los hombres obligados a inclinarse cuando ven a uno de esos extranjeros.
Nos enseñan ahora la verdad, según nos dice uno de los ayudantes del hombre de negro. Todo lo que nuestro pueblo creía era mentira, era fruto del enemigo de su dios, y por eso tuvimos que ser justamente castigados. Ahora los niños recitamos unas palabras que dicen que aplacan a su dios, pero mi padre no cree en esas cosas y ha sido atado a un poste y castigado con una especie de tiras que al golpear el cuerpo le hacen sangrar.
Mi madre llora mucho y acude cada noche a curar las heridas de mi padre. Le pide que viva y que acepte la voluntad de nuestros amos pero mi padre recuerda sus tiempos de Nahua y dice que es preferible morir. Lleva tiempo así y cada vez parece más debil. Los hombres pasan a su lado y no le miran, prefieren bajar su cabeza al suelo.
El hombre de negro ha dibujado una serie de imagénes en el suelo, cerca de donde está mi padre. Obliga a todos a pasar por ahí y arrodillados señalar las imagénes indicando los males que hemos cometido. Luego deben arrepentirse y acercandose de rodillas al hombre de negro recibir su bendición. Mi padre mira todo eso con desprecio y nos dice que somos hijos libres del Cielo. El hombre de negro se enfurece y manda que le vuelvan a castigar.
Esto ocurre desde hace ya tres meses, mi padre ya es la sombra de sí mismo. El pueblo dice que en la fiesta del Sol mi padre tendrá que liberarse si quiere volver a bailar al Sol. Pero ya estamos en el tiempo marcado y mi padre sigue atado. No hay fiesta, sólo hay el trabajo al que estamos todos obligados. Se han llevado hombres, mujeres y niños a su barco y han marchado.
El hombre de negro habla ahora mucho con mi padre, por lo visto sabe que es el Nahua y que es el símbolo de nuestro orgullo. Habla mediante otro de los nuestros que ya sabe hablar su lengua y traduce las palabras entre ellos. Mi padre niega con la cabeza e incluso ha escupido a los dibujos del suelo. Eso ha hecho que le vuelvan a castigar dejando todo su cuerpo marcado de sangre.
Hoy el hombre de negro me ha cogido del pelo y me ha llevado ante mi padre. Ha dicho unas cosas a mi padre y él me ha mirado con mucha fijeza. De pronto sus ojos han comenzado a llorar y asentir con la cabeza. El hombre de negro ha sonreído y ha mandado que le soltaran. Mi padre ha caído al suelo cuando le han liberado, se ha acercado a una de las imágenes y la ha señalado con fuertes temblores.El hombre de negro ha gritado muchas veces unas palabras hasta que mi padre se ha conseguido levantar lo bastante para ponerse de rodillas y decir esas extrañas palabras. Entonces el hombre de negro le ha bendecido y le han dejado que lo llevaramos a casa.
Esta noche miro a las estrellas y recuerdo a mi padre cómo se golpeaba el pecho, donde está nuestro corazón, y decía estas palabras:
“Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa”.
Las ropas del Nahua se han quemado, ya nada quedan de las alas de multiples colores, de los cascabeles que hacía sonar mi padre cuando bailaba. Ahora sólo veo a un pájaro que cayó.